Cuando uno camina Europa, la historia se aparece en cada esquina y en cada rincón. Cuando uno visita Buenos Aires, aunque sea el nuestro un país joven, él también tiene sus historias. A mí me sucede todos los años cuando me toca asistir al Congreso de Cardiología en el predio de la Rural. Antes de cruzar sus puertas, me detengo un instante en Plaza Italia frente al monumento de Giuseppe Garibaldi, y allí está él, imponente a caballo, con el sable dominando el aire de Palermo. Entonces surge la inevitable pregunta: ¿por qué Garibaldi en la Argentina? Pues bien, porque nuestra historia no fue nunca una isla. Porque hombres y mujeres de distintas tierras se dieron la mano en este suelo bendito para construir libertades que no tenían fronteras. Y Giuseppe Garibaldi (1807-1882), el héroe de la unificación italiana, fue protagonista de batallas en el Río de la Plata en defensa de ideales de libertad que aquí eran también los nuestros. No es un detalle menor, ya que los monumentos nos hablan de quiénes fuimos y de quiénes queremos ser. En Garibaldi vemos reflejada esa Argentina que supo recibir inmigrantes, héroes, trabajadores y muchos de los que fueron nuestros abuelos y bisabuelos. Ellos vinieron a sumar sus manos y sus sueños a esta Argentina de entonces, pujante, que sin dejar de ser profundamente nacional, supo abrazar causas universales, como Alberdi y la Constitución Nacional de 1853, que son un ejemplo de ello. La estatua de Garibaldi en Plaza Italia fue donación de la colectividad italiana, allá por 1904. Hecha de 600 toneladas de granito y bronce, es más que un adorno urbano: un verdadero símbolo de esa conexión entre la causa de la libertad de los pueblos de América y Europa. Fue, para aquellos inmigrantes que la donaron, el puente perfecto: un hombre que había luchado por la emancipación americana y por la unidad de Europa. Hoy su estatua nos interpela, no nos amenaza, sino que nos está señalando un camino: el de los pueblos que no aceptan cadenas y el camino de la libertad. Felizmente celebro que no se le ocurriera en su momento a cierta persona trasladarla, como lo hizo con otra, también donada por los italianos y que fue la de Cristóbal Colón. Sigue estando en el corazón de Palermo y de Buenos Aires, en el frente de la Rural: ese jinete de bronce o “héroe de dos mundos”, como lo calificó Alejandro Dumas, cabalgando inmóvil hacia la eternidad. Ese es Giuseppe Garibaldi.
Juan L. Marcotullio.
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